Escritores que inmortalizaron su amor por el otoño Tema: Hay que leer, Poemas

Por fin ha llegado nuestra estación preferida del año: el otoño, una época que ha enamorado a no pocos escritores por distintas razones. Aquí te contamos sólo algunos autores que hay dedicado hermosas líneas a hablar sobre el tema.

Frases:


«El otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor». Albert Camus

«Nada es más fugaz que la forma exterior, que se marchita y se altera como las flores del campo en la aparición de otoño». Umberto Eco

«Pero tú y yo, amor mío, estamos juntos, juntos desde la ropa a las raíces, juntos de otoño, de agua, de caderas, hasta ser sólo tú, sólo yo juntos». Pablo Neruda

«El tiempo vuela, como dice Gustave. Uno cree que es lunes y ya estamos a jueves. El otoño se termina, y de golpe es pleno verano». Julio Cortázar

«Aprovechemos el otoño antes de que el invierno nos escombre. Entremos a codazos en la franja del sol y admiremos a los pájaros que emigran». Mario Benedetti

«Como un camino en otoño: tan pronto como se barre, vuelve a cubrirse de hojas secas». Franz Kafka

«El otoño es del corazón y en él se queda para siempre». Alfonso Solá González

«El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno». Xavier Wheel

«En llamas, en otoños incendiados, arde a veces mi corazón, puro y solo». Octavio Paz

Poemas de otoño


Ruben Darío, “De otoño”


Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Ésos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.

Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!

John Keats, “Oda al otoño”

Estación de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima de un sol que ya madura,
conspirando con él cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los árboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardías
y numerosas flores hasta que las abejas
los días calurosos creen interminables
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.

¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes?
Quienquiera que te busque ha de encontrarte
sentada con descuido en un granero
aventado el cabello dulcemente,
o en surco no segado sumida en hondo sueño
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta
la próxima gavilla de entrelazadas flores;
o te mantienes firme como una espigadora
cargada la cabeza al cruzar un arroyo,
o al lado de un lagar con paciente mirada
ves rezumar la última sidra hora tras hora.

¿En dónde con sus cantos está la primavera?
No pienses más en ellos sino en tu propia música.
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,
cual lastimero coro los mosquitos se quejan
en los sauces del río, alzados, descendiendo
conforme el leve viento se reaviva o muere;
y los corderos balan allá por las colinas,
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo
con dulce voz de tiple silba en alguna huerta
y trinan por los cielos bandos de golondrinas.

Mario Benedetti, “Otoño”

Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran

ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda

aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha

Pablo Neruda, “Mariposa de otoño”

La mariposa revolotea
y arde con el sol a veces.

Mancha volante y llamarada,
ahora se queda parada
sobre una hoja que la mece.

Me decían: No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.
Yo tampoco decía nada.
Y pasó el tiempo de las mieses.

Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.

Me decían: No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Era la hora de las espigas.
El sol, ahora,
convalece.

Todo se va en la vida, amigos.
Se va o perece.
Se va la mano que te induce.
Se va o perece.
Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.

El agua, la sombra y el vaso.
Se va o perece.

Pasó la hora de las espigas.
El sol, ahora, convalece.

Su lengua tibia me rodea.
También me dice: Te parece.

La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.

Antonio Machado “Amanecer de Otoño”

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor:
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

Miguel Hernández, “Otro otoño triste”


Ya el otoño frunce su tul
de hojarasca sobre el suelo,
y en vuelo repentino,
la noche atropella la luz.

Todo es crepúsculo,
señoreando en mi corazón.

Hoy no queda en el cielo
ni un remanso de azul.
Qué pena de día sin sol.
Qué melancolía de luna
tan pálida y sola,
ay que frío y ay que dolor.

¿Dónde quedó el calor
del tiempo pasado,
la fuerza y la juventud
que aún siento latir?

Se fue quizás con los días cálidos,
de los momentos que a tu lado viví.

Y así esperando tu regreso,
otro otoño triste ha llegado sin ti.

Manuel Machado, “Melancolía”


Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno…
Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan… Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía… Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.

Ángel González, “El otoño se acerca”

El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre.

María Elena Walsh, “El señor Otoño”


En una oxidada cafetera
ha llegado un señor,
un señor de galera
en una cafetera Ford.

Con peluca de fideo fino,
guantes patito, traje de papel,
va dejando por todo el camino
una luz parecida a la miel.

Dicen que el señor el peluquero
y también es pintor
y que tira el dinero
porque es muy despilfarrador.

El señor se para en una esquina
y del bolsillo de su pantalón
saca banderitas de neblina
y un incendio color de limón.

Con sus tijeritas amarillas
pasa por el jardín:
le cortó las patillas
y los bigotes al jazmín.

A los arbolitos de la plaza
un sobretodo de oro les compró,
y pintó la tarde con mostaza
aunque el sol le decía que no.

Dicen que el señor tiene en el cielo
un enorme taller
donde hará caramelos
de azúcar del atardecer.

Canta dulcemente con sordina
y se pasea como un inspector.
Prueba la primera mandarina
y se lleva la última flor.

Leopoldo Lugones, “Rosa De Otoño”


Abandonada al lánguido embeleso
que alarga la otoñal melancolía,
tiembla la última rosa que por eso
es más hermosa cuanto más tardía.

Tiembla… un pétalo cae… y en la leve
imperfección que su belleza trunca,
se malogra algo de íntimo que debe
llegar acaso y que no llega nunca.

La flor, a cada pétalo caído,
como si lo llorara, se doblega
bajo el fatal rigor que no ha debido
llegar jamás, pero que siempre llega.

Y en una blanda lentitud, dichosa
con la honda calma que la tarde vierte,
pasa el deshojamiento de la rosa
por las manos tranquilas de la muerte.